Capítulo I: «EL germen vive y la vida se abre paso«
¡Comenzar a vivir! Qué fácil es dar una nueva vida, y sin embargo, cuánto misterio; cuán largo es el camino que al alba de un día cualquiera, junto al valle, después de rodar por un gran precipicio y caer en los brazos de una profunda naturaleza, rica en hermosos e interminables paisajes propios de esa tierra que al sur del mundo ha sido por mano divina bendecida, de ese paraíso que encontramos en cada rincón del sur de Chile…camino interminable, pero hermosa senda en la que esta nueva vida, en su búsqueda incesante, habrá de transitar.
Así, junto al alegre trinar de los pajarillos y bajo un radiante sol lleno de verano, nace el personaje central de esta historia quien, de la mano de cada frase y de cada página, entre valles, cerros y quebradas, entre bosques, extensos pastizales y ríos, entre pequeñas casas y grandes torres, entre fantasías y profundas realidades, entre luces y sombras, de la mano, de la mano de nosotros irá.
Historia que es como muchas otras pero, esta es única, es la vida de un hombre, no de uno más, él no es un número, él en cada paso estará conformando una existencia en la que se irán ciñendo, entrelazando sus anécdotas, sus jornadas de triunfo y también las de fracasos, los echos de dulce sabor y aquellas situaciones que todos quisiéramos olvidar. Ciertamente podremos verle a él y aquellos que serán sus pares, sus amigos y adversarios, todos ellos que corren tras las mismas metas, todos ellos que seguirán sendas conocidas y aquellas que surgen para transformarse en los grandes desafíos y obstáculos de unos y otros.
Capitulo II: «Cipriana, la partera – la abuelita!»
Qué cosa podría ser más maravillosa para un ser humano que ver llegar una vida nueva, ver nacer un nuevo hijo, cuánta felicidad sentían sus padres por la nueva vida que llegaba al mundo, vida recibida y protegida por la mano tierna pero sabia, por la mano anciana pero cálida, por no otra mano sino la de Cipriana “la partera” del pueblo, la abuelita de todos, hermosa y tierna anciana quien con su largo vestido, su cabello blanco y su infaltable maletín que como su corazón iba siempre lleno de medicina, siempre pleno de ternura por los niños, rebalsando de amor por quienes conformaban para ella una gran familia, y es que todo el pueblo le rendía el tributo que las gentes a los suyos dan, a los que no trepidan en dar aquello que por la bondad del Creador hemos todos recibido. Ella era entonces la que a diario recorría las calles para dar su ayuda a la cigüeña que llegaba con una nueva vida.
Cipriana así como todas ellas que cuando escuchaban la carrera agitada de alquien que llegaba a su puerta exclamando con un grito, mezcla entre gozo y desesperación… «ya viene, va a nacer…ayuda, ayuda»…ellas, las parteras, sabían que no había tiempo para nada mas, había que salir de inmediato sino corriendo con paso acelerado, entonces comenzaba esa carrera que al llegar al destino se transformaba en el otro infaltable y necesario grito…»hierban agua, traigan los paños limpios…saquen a los niños del cuarto!»…
Podríamos reconocer en cada pueblo a una o más, o más bien a todas, si a todas aquellas mujeres que con pasión, sin mayor paga que las monedas que las familias pobres podían dar, monedas de aquellos que no podrían aún con gran esfuerzo al hospital solicitar. Pero ¿puede haber paga más hermosa, más permanente y más valiosa que el general reconocimiento del pueblo a quien sirves? Por ello más tarde, después de haber puesto en las manos de la nueva madre la nueva criatura, como otra forma de pagar su servicio noble, abnegado con amor incontrolable, con gozo recibiría el título de abuelita de todos…la abuelita Cipriana.
Asi entonces, cuando ella caminaba por las calles del pueblo, con su cabellera blanca, sus largos vestidos, su infaltable maletín con todas sus «herramientas» eran muchos los niños que la reconocían y corrían a recibir ese incomparable abrazo que ella no dudaba en entregar a cada pequeño que se acercaba a saludarle…bueno, después de todo, como los mismos pequeños lo decían, estaban saludando a su abuelita Cipriana. Mujer de tanta ternura como sabia, amante de la vida y de cada uno de las decenas o cientos de criaturas que en vida ayudó a nacer en este mundo.
Pero, así tambien es digno y necesario reconocer y honrar a todas aquellas mujeres que en aquellos tiempos, sin mayor medicina, después de una larga espera mientras tejían y cocían, los trajes, los zapatitos, los gorritos, la manta y el poncho y allí, desde el lecho del dolor, de la desesperación y la entrega, allí surgiría el grito y el desgarro frente al incontrolable gozo y, el indescriptible asombro frente a la vida derramada desde el mismo seno materno.
Capitulo III: «Y el germen brota»
Allí nacía Alejandro, en un ambiente de incontrolable felicidad del padre, de la madre y la familia toda; la cual sin embargo estaría acompañada del desesperado llanto de quien nace pero, ¿qué le produce tanto espanto? ¿Es que acaso ya adivina cuánto deberá sufrir para poder existir en un mundo donde debes construir tu lugar? ¿O es que ese es llanto de dolor por lo que sus pequeños ojos están percibiendo al nacer en un mundo donde la injusticia y el odio muchas veces pareciera ser más fuerte que el amor? Sin embargo, también la vida se encargará de decirle que no todo es tristeza, que también hay gente buena y noble, que si hay gente dedicada y tierna, como tiernas las manos que, al llegar a este mundo le recibían con inefable gozo.
Allí, en medio de un paisaje intenso, naturaleza aún virgen de la mano del hombre, a orillas del gran cañón, de la gran quebrada del Rio Malleco(1), junto a la imponente y majestuosa estampa de la obra de Eiffel(2)
Ni el frio del metal ahora recalentado por la fuerza del verano de Enero, ni el incesante viento del sur que refresca cada tarde y que al encuentro de un nuevo día trae el encanto, la esperanza y el gozo de ser parte de una tierra generosa, de nacer como parte de un futuro prometido a los hijos del amor, nada de todo esto se detuvo nada se vió interrumpido por el nuevo grito de vida, como suele ser en medio de la obra creadora del Dios eterno y creador, todo estuvo allí pero todo continuaba con su incesante ritmo creador como si la mano del eterno también guiara el nuevo germen de esta vida.
Maravilloso encuentro del esfuerzo y de la vida, entre la majestuosidad del viaducto obra de las manos creadoras del hombre y el entorno inmensurable y magnifico de las laderas rebosantes del verde frondoso las que inevitablemente se abrazan en un encuentro eterno con las aguas del río.
Junto a las alegrías de los primeros días asomaron las primeras preocupaciones y sufrimientos de sus padres y es que el pequeño había enfermado gravemente y no se conocía el origen ni las causas de sus dolores y, como se vivían tiempos plasmados de superticiones, de ritos mágicos, de creer en “males, el ojo, el empacho” y muchos otros, mamita María revelaba que el pequeño Alejandro había sido objeto del “ojo” y, frente a este cuadro de incertidumbre, de dolores, de llantos no había mejor respuesta que volver los ojos al santo más milagroso, y quien había sido respuesta hasta ahora para muchos “males” de esta familia así también de muchas otras en el pequeño poblado.
Sería justamente San Sebastián(3) quien se encargaría de sanarlo y así sucedió, después de muchos sufrimientos, este santo logró dar una firme vida al pequeño, no sin que antes sus padres prometieran llevar religiosamente y cada año, la correspondiente “manda”(4) ante su santuario, distante a por lo menos cinco horas en un viaje que combinaba el tren y más tarde cualquier medio que ayudara a llegar, aunque muchos fieles prometían hacer este trayecto desde la estación de ferrocarriles hasta el santuario simplemente caminando, como parte de su “manda” que debían pagar.
(1) El Río Malleco
(2) El Viaducto Malleco es una puente o viaducto ferroviario
diseñado por Eiffel; si, el mismo que diseñó la famosa Torre
de Eiffel de Paris, Francia.
(3) San Sebastián: Santo milagroso imágen de la fe Cristiana
Católica Romana ubicada en la localidad de Yumbel, Región del
Bío Bío.
(4) Manda: Cantidad de dinero prometido dar o acto sacrificial
prometido ofrendar en el santuario de San Sebastián –en este
caso- por responder a petición u oración presentada delante de
él o, sacrificio físico ofrecido al santo en gratitud por un «favor»
recibido.
Capitulo IV: “Y el primer viaje se hace realidad”
Abuelita María era la más entusiasta por llegar, año tras año, a cumplir ante el santo con la promesa y, para el pequeño, no podía haber nada más hermoso que esta oportunidad, y es que no era para menos, ya que para este viaje se preparaban asados, pollos y huevos cocidos y tantos otros platos que ya en el viaje, se constituían en una verdadera delicia, los cuales al ser apetecidos por el grupo familiar, provocaban un desafío en todo el convoy y, entonces todos los “creyentes” devotos de San Sebastián, hacían aparecer las más exquisitas carnes que habían sido preparadas en sus casas con la más “santa dedicación” con la finalidad de convertirse en una verdadera bendición para los comensales, ah! Y por supuesto que para una más fácil digestión, nada mejor que probar un sabroso “jugo de uva” de ese tradicional y mundialmente prestigiado vino chileno, y aquí es donde la magia se hace presente ya que un sorbo invita el otro y así, una copa tras otra, provocaba el “milagro” de convertir gentes que nunca se habían visto antes en grandes amigos.
Claro está que muchas veces, debido justamente al exceso de “fieles” viajando en el tren, los platos no se asomaban durante el viaje debiendo esperar dentro de sus canastos incluso, hasta llegar al santuario, en tales ocasiones nuestro querido Alejandro debía soportar el hambre que le mataba hasta bien avanzado el día; en tales circunstancias, con tanta gente viajando en el mismo tren, muchas veces nuestro pequeño amigo debió viajar, junto a otros niños en el portamaletas …es que el santo hacía muchos, pero muchos milagros.
¡Mamita, mamita! ¿A qué hora llegaremos? Preguntaba incesantemente el pequeño; y es que el viajar tan incómodo podía ser entendido como un sacrificio extra de los creyentes para conseguir “el favor” del Santo, pero, para un pequeño como él, esto no tenía mayor ni mejor explicación, en su pequeña mente, las necesidades básicas no se postergan por ninguna expresión de fe;
Pronto hijo! Contestaba abuelita María, mientras le protegía a la sombra de su propia sombra ya que el sol quemaba como es siempre en la pequeña localidad de Yumbel en pleno mes de Enero cuando el verano arrasa con todos los intentos de las gentes por refrescarse bajo la chupalla, o con el improvisado abanico con el diario del día, aunque a decir verdad nuestro héroe se deleitaba con uno tras otro sabroso “chupete helado”
Pero, sin dudas, este era un gran día para muchas familias como la de Alejandro y es que desde su hogar viajaban: papito Nicolás, papá René, mamá Carmen, mamita María y las tías Rosa y María, un gran número entre los miles y miles de seguidores de San Sebastián.
Quizás es oportuno y necesario que con pocas palabras pudiéramos conocer cada uno de los miembros de esta nutrida delegación familiar que haciendo uso de su fe y, después de que San Sebastián respondiera concediendo el favor de sanar y prolongar la vida de Alejandro obligaba a que con mayor fe llegaran cada año a pagar la “manda” comprometida en profunda angustia cuando el menor no tenía esperanzas y en los brazos de su madre Carmen moría.
Papito Nicolás: hombre de caminar cansado, de huellas profundas en sus manos y en su rostro por tantos años de incesante trabajo; compañero ideal de tantas caminatas, especialmente junto a la línea del ferrocarril y es que junto a la línea del tren siempre vivió; allí crió a su familia, desde allí papá René invito a mamá Carmen a caminar juntos la vida, como esposos por supuesto y luego como padre y madre de una numerosa familia.
Mamita María: Ella representó siempre la mujer abnegada, la mujer de pueblo que cocina, que lava, que hace el aseo, que se desvive por su hogar y todos los suyos, que cría también pollos y gansos, cerdos y patos; la mujer que de día es obrera y de noche es amante. Refugio de todos los nietos y nietas pero, especialmente de Alejandro en quien, ya sin tener pequeños que criar, vaciaba todo su amor y pasión de madre.
Papá René: Hombre esforzado y de grandes sacrificios desde su propia niñez hasta ahora cuando con redoblado esfuerzo trata de proveer para cada uno de sus hijas e hijos. Pero juntamente con ello, el es un hombre con un proyecto bajo el cual todos los hijos deberán seguir los límites morales y de integración que él junto a su esposa definirán también en la medida que ganen experiencia como padre y madre de una numerosa familia.
Mamá Carmen: Joven mujer que desde el hogar de sus padres y habiendo terminado sus años de preparatoria, acepta la invitación de papá René para construir una familia y, aunque había empezado a trabajar como operadora en la Compañía de Teléfonos, entendió que con una familia aún pequeña, esto era aún posible de mantener para ayudar al sostenimiento de la familia.
Tía María: Asumiendo que su madre María ya no estaba en condiciones de realizar todas las tareas de la casa fue cogiendo lentamente todas las tareas que, incluso su propia hermana Rosa, no podía dedicarles tiempo por estar afanada de tantos quehaceres que le demandaba su siempre ocupada jornada diaria entre los bordados, la costura y la cocina.
Tía Rosa: Mujer de manos privilegiadas de alta técnica en el bordado, la lencería y en la repostería lo que hacía las delicias de toda la familia y, con cuyo trabajo, no solo ayudaba al sostenimiento de toda la familia, sino también a sus propios propósitos personales.
Sucedió que en uno de esos viajes el pequeño Alejandro escuchó a uno de esos incontables músicos que se suben al tren y que, usando su talento de cantar y tocar la guitarra, cantan y piden ayuda en dinero, talvez en unas monedas, para atender sus muchas necesidades que se desprenden desde un drama en el que se combinan no sólo la carencia física sino que también se suma a ello la pobreza extrema que arrastran de por vida para muchas veces morir en la carencia material más dramática que la sociedad es incapaz de atender…
Bueno él escuchó esta canción que tenía un contenido en sus palabras que en sus cortos años el era incapaz de comprender; sin embargo, él grabó en su mente algunas estrofas las cuales, en una tarde cualquiera, decidió entonar en su casa con tal mala fortuna que, en ese mismo instante entraba papá, este, sin pensar en nada y, entendiendo el sentido de las palabra que en su inocencia el repetía, castigó severamente al muchachito dándole a entender que tan picaras o morbosas palabras no deberían estar en la boca de un niño.
Así transcurrían los primeros años de Alejandro, entre los brazos de abuelita María quien le dedicaba la mayor parte de sus cansadas energías.
Capitulo V: “La Mesa”
Es notoriamente impresionante la forma como la madre nos acerca a la mesa, ella, la misma que desde su pecho sostenedor nos invita a sentarnos en este mueble de mil formas y tamaños, finas y toscas, decoradas o frías, abundantes o simplemente pobres. ¿En cuantas mesas me habré sentado? ¿Y Ud.?
Estoy cierto que en cada una de ellas cada día en el mundo se consumen vivos y muertos, vidas y proyectos que nacen como materia inerte que viajará por última vez para en sacrificio de si misma, transformarse en la energía que impulsará un ser humano que lucha por ganar su espacio en un mundo en que cada vez hay menos lugar para soñar, para sembrar y cosechar.
La mesa del hogar que mi padre y mi madre construyeron fue una mesa grande, una mesa rústica pero inclusiva, una oportunidad permanente para reír, para compartir, ¿para repartir…puede usted imaginarse cómo es posible que una simple amasada de pan alcance para diez hambrientos hermanos y hermanas? Pero aún allí en la humildad del hogar de un obrero Dios hace el milagro de multiplicar el “pan de cada día”
Fue allí donde Alejandro recibió sus más importantes lecciones para el cumplimiento del mandamiento de amar al prójimo…cada día la abundancia o la escasez era compartida con gozo, de tal forma que todos podían recibir equitativamente de la misma amasada; la olla pequeña en un comienzo fue creciendo con los años hasta convertirse en una tremenda olla llamada comúnmente “fondo” y así, de una sola vez se cocinaba para todos los miembros de la numerosa familia.
Alejandro siempre pensó que era posible compartir con quienes poco tenían, con los que a diario tocaban la puerta pidiendo “un pedacito de pan, por favor” -expresando un gran enojo cuando habiendo poco o mucho en la mesa, se le negaba a los que venían a pedir- él muchas veces llegó con invitados al almuerzo, y es que muchos de sus compañeros venían a la escuela después de caminar varios kilómetros y no siempre almorzaban antes de volver a sus casas a pesar de los numerosos comensales. No cabe duda de que para él la mesa no tiene límites y lo que Dios ha dado lo dio para compartir.
(Continuará)

Noooooo….y cuando continuará? ???? Quede metida, esta entrete.
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Ahhhh, por fin! Muy entretenido.Esto parece una teleserie y de las buenas…esperare con ansias la continuación, jeje!!!
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